domingo, 13 de febrero de 2011

Edad Media, entre el mito y la realidad.

Esta mañana, como respuesta a un tweet que envié anoche, un amigo [gracias, Alejandro] afirmaba la necesidad de "que se deje identificar el medioevo con el atraso y la ignorancia". En el contexto de los actuales acontecimientos en el mundo árabe, yo había puesto por escrito mi deseo de que la edad media musulmana terminara pronto y se diera inicio a un renacimiento. Efectivamente se trata de una imprecisión por mi parte bastante grave, fruto, quizás, del querer ser entendido por la mayoría sin necesidad de bajar a particulares sobre lo que realmente significa la Edad Media.

Ninguna época de la historia ha de ser privilegiada o preferida a otras por ser más avanzada, más innovadora o simplemente "mejor" por quién sabe cuáles motivos personales o sociales. Recuerdo a este punto las palabras de san Agustín: "Se dice: 'son tiempos malos, tiempos llenos de penuria'. Intentemos vivir bien y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos [Nos sumus tempora: quales sumus, talia sunt tempora]" (Sermón 80, 8). Reflexión que vale para el siglo V y para el siglo XXI.

Por eso, en este post, haré una defensa de la Edad Media, aunque sin santificarla, al igual que señalaré algunos límites de las Edades Moderna y Contemporánea, sin por ello condenarlas. Somos hijos de todas ellas y en familia las cosas hay que tratarlas con prudencia, sin prejuicios y sin favoritismos subjetivos.

La Edad Media, por lo general, ha sido tratada por la historiografía en modo injusto y equivocado. Desde el Renacimiento en adelante y en modo especial durante el Iluminismo, se ha presentado este largo período histórico como un momento oscuro de la historia de la humanidad. Había que presentar los valores del nuevo humanismo y para ello no se dudó en denigrar y maltratar a este "paréntesis de la historia" entre la edad antigua y la moderna.

Ya el calificativo de "Media" conlleva un matiz bastante peyorativo, un no ser ni clásico ni moderno. Algo absolutamente falso como intentaré mostrar en las líneas que siguen (brevemente y sin notas a pie de página por no ser esta la sede más adecuada).

No existe unanimidad (término extraño a la historiografía) a la hora de señalar el inicio del medioevo. Si atendemos a la política, lo situamos en la caída del Imperio Romano de Occidente (476). Si hablamos en términos religiosos, con la muerte del último gran Padre de la Iglesia occidental, san Isidoro de Sevilla (636). Las divisiones de los períodos históricos son siempre relativas, porque la Historia, hablando en términos sencillos, no es un conjunto de eventos o acontecimientos aislados y puestos unos detrás de otros, sino el estudio de la línea continua (no el círculo hegeliano) trazada por la vida de los hombres, sus sociedades y sus ideas.

Nada ha surgido nunca de la nada (si exceptuamos, los creyentes, la acción creadora de Dios). La Edad Media surge de las ruinas de Roma y su civilización; el Renacimiento, a su vez, de los resultados de siglos de estudio y transmisión de esa cultura clásica realizada precisamente en la denostada Edad Media.

Como es lógico no podemos esperar de los humanistas, heterodoxos primero y abiertamente ateos después, una alabanza y un agradecimiento a la labor desarrollada por las instituciones eclesiásticas medievales (monasterios y escuelas/universidades) en favor de la conservación y transmisión del pensamiento clásico grecorromano. Los oscuros e ignorantes monjes medievales proporcionaron a los iluminados y sabios humanistas renacentistas los textos sobre los cuales iniciaron a construir un modo diferente -no nuevo- de pensar, de gobernar y de vivir.

Podrá criticarse, ciertamente, el feudalismo, no menos injusto que el despotismo ilustrado [sic]. Podrán criticarse el dogmatismo y la rigidez escolásticos, no menos intensos que el pensamiento único de ciertas ideologías modernas y contemporáneas. Seguirá siendo válido, de todos modos, el sabio principio que sigue todo historiador honrado: es necesario conocer y comprender el contexto en el que se desarrollaron los acontecimientos que se estudian.

El único límite, por volver al tema que dio origen a esta reflexión, que podemos establecer entre la Edad Media y el actual mundo musulmán es la estrecha vinculación, casi identificación, entre religión y sociedad. Lógicamente este juicio lo podemos emitir porque en Occidente ambas realidades se hayan separadas (mejor o peor, dependiendo de casos y lugares) desde hace bastante siglos. Es un tema que no se resuelve con dos frases y que podemos dejar para otra ocasión. Sería interesante estudiar cómo ha progresado el cristianismo, y con el Occidente, desde la Edad Media hasta nuestros días y cómo no lo ha hecho del mismo modo el Islam, que floreció y con no pocas virtudes en ese mismo período, incluida la transmisión de gran parte de la cultura clásica (cf. los textos de Aristóteles que de las escuelas árabes pasaron a las escuelas cristianas e influyeron decisivamente en la Escolástica).

Termino, pues, redactando de nuevo el infeliz tweet de anoche: "A ver si cuando vuelva de cenar me encuentro con una buena noticia: los líderes religiosos musulmanes han declinado cualquier tipo de intervención directa en la política de los países árabes; se limitarán a aconsejar y asistir espiritualmente a sus fieles."

Lamentablemente se trata del Islam y la cosa no ha sido, no es y no será tan sencilla.



lunes, 7 de febrero de 2011

Pío XII y la Shoah: memoria y justicia.


El recuerdo es memoria y es justicia.


Pocos días atrás, el 27 de enero, se celebró la jornada de la memoria en recuerdo de las víctimas de los diferentes totalitarismos que arrasaron Europa durante el siglo XX.

En el post de hoy os propongo un texto aparecido en una página de Facebook dedicada a Benedicto XVI.

Me pareció oportuno traducirla al español (una versión más elaborada de esta misma traducción la podéis encontrar en otro magnífico blog) para dar a conocer, aunque sea en un modo simple y sin gran aparato crítico, el reconocimiento y el agradecimiento a Pío XII por gran parte del mundo judío del trabajo realizado en defensa de los hebreos durante la II Guerra Mundial.

Buena lectura (y difusión):

Al final de la guerra, la más alta autoridad hebrea italiana, el ex rabino jefe de Roma, Eugenio Zolli, que se convirtió al catolicismo en 1945, también gracias al agradecimiento hacia la Iglesia, dijo: “Lo que el Vaticano ha hecho por los hebreos permanecerá indeleble y eternamente esculpido en nuestros corazones […] ha hecho cosas que permanecerán para siempre como un título de honor para el catolicismo” (Zolli, Prima dell’alba, autobiografia autorizzata, San Paolo, 2004, EAN).

Es una lástima, sin embargo, que una de las leyendas negras que el laicismo y el anticlericalismo han cultivado maniacamente, logrando echar raíces con increíble éxito en la crasa ignorancia y la mala fe colectiva, se refiere al presunto antisemitismo de Pío XII. Se calla el cómo miles de hebreos durante el período nazista fueron escondidos y salvados dentro de monasterios bajo explícita petición de Pío XII. A continuación un elenco de citas que ayudan a desmentir estos bulos:

Luciano Tas, conocido representante de la comunidad hebrea romana antiguo director de Shalom, dijo: “centenares de conventos, tras la orden impartida al respecto por el Vaticano, acogieron a los hebreos, miles de sacerdotes los ayudaron, otros prelados organizaron una red clandestina para la distribución de documentos falsos”.
 
El historiador Renzo De Felice, máximo experto internacional sobre el fascismo, afirma: “la ayuda de la Iglesia en relación con los hebreos fue muy notable y en medida siempre creciente, fue prestada no solamente por católicos a título individual, sino por parte de casi todos los institutos católicos y por muchísimos sacerdotes. Ayuda que, por otra parte, estaba ya en marcha desde hacía años en los países ocupados por los nazistas, en Francia como en Rumania, en Bélgica como en Hungría”. En Italia, donde la intervención de la Iglesia podía cubrir todo el territorio, el 84% de los hebreos fue salvado de la persecución. Sólo en la ciudad de Roma, la comunidad hebrea ha confirmado que la Iglesia salvó 4.447 hebreos de la persecución nazista. De la lista de los lugares donde fueron escondidos los hebreos elaborada en 1945 resulta que 100 conventos de monjas, 45 casas de religiosos y 10 parroquias les ofrecieron asilo. El número más alto de refugiados se registró en los franciscanos de San Bartolomé en la Isla Tiberina, que escondieron a 400. En un atestado de las comunidades israelitas italianas que se encuentra en el Museo de la Liberación de Vía Tasso en Roma, se encuentra escrito: “El Congreso de los delegados de las comunidades israelitas italianas, celebrado en Roma por primera vez tras la liberación, siente imperioso el deber de rendir reverente homenaje a Su Santidad [Pío XII, ndt], y expresar el más profundo sentido de gratitud que anima a todos los hebreos, por las pruebas de humana fraternidad ofrecida a ellos por la Iglesia durante los años de las persecuciones y cuando su vida fu puesta en peligro por la barbarie nazifascista”.

Gideon Hausner, procurador general israelí, el 18 de octubre de 1961 afirmo: “El clero italiano ayudó a numerosos israelitas y les escondió en los monasterios y el  Papa intervino personalmente a favor de los que habían sido arrestados por los nazis

Albert Einstein escribió en el Time Magazine del 23 de diciembre de 1940: “Solamente la Iglesia se opuso plenamente a la campaña de Hitler que pretendía suprimir la verdad. No había tenido nunca un interés particular por la Iglesia, pero ahora siento hacia ella un gran amor y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la perseverancia de defender la libertad intelectual y la libertad moral. Tengo que confesar que lo que antes había despreciado, ahora alabo incondicionalmente”.

El rabino Maurice Perlzweig, director del World Jewish Congress confirmó: “Las repetidas intervenciones del Santo Padre a favor de las comunidades hebreas en Europa han evocado un profundo sentimiento de aprecio y gratitud por parte de los hebreos de todo el mundo”.

Tras la muerte de Pío XII, Golda Meir, política israelí, escribió: “Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó por sus víctimas. La vida de nuestro tiempo fue enriquecida por una voz que claramente habló sobre las grandes verdades morales. […] Lloramos a un gran servidor de la paz”.

El texto que habéis leído es más bien un resumen, pero indispensable para realizar una lectura rápida e ilustrativa de lo que hizo Pío XII para proteger a los hermanos hebreos. En el caso de que queráis profundizar sobre el tema, os ofrecemos una larga serie de artículos, testimonios y documentos más precisos y contextualizados, bastante más importantes de lo que acabáis apenas de leer, acerca de la acción de la Iglesia de aquellos años a favor de las comunidades hebreas.



domingo, 6 de febrero de 2011

Ars rhetorica

Los discursos que siguieron a la manifestación convocada por Voces contra el terrorismo me hicieron pensar en muchas cosas: repugnancia por el terrorismo y por quienes lo sostienen, lo justifican o se muestran tibios ante él; recuerdo y memoria de sus víctimas; cercanía a quienes llevarán de por vida el sufrimiento causado por actos que no se pueden ni justificar ni tolerar.

Hecha esta premisa y reafirmando mi más firme condena de cualquier tipo de terrorismo, paso al tema del que quiero escribir hoy. Oyendo hablar a alguno de los oradores de ayer, en especial a Santiago Abascal, recordé la importancia de la retórica.

La retórica goza de mala fama porque suele entenderse como el arte de engañar o al menos engatusar. Algo parecido le ocurre a la política, que por culpa de sus profesionales acaba siendo adulterada y mancillada. No obstante, las dos son nobles en su esencia y por tanto debería ser obligación de todos recuperar su puesto de honor en toda sociedad culta, libre y avanzada.

Escribir sobre retórica no es fácil y menos cuando tengo sobre la mesa a mis clásicos: Aristóteles, Quintiliano y sobre todo a Tulio, como se le llama en casa al gran Cicerón. Pero esto es un blog, no una lección magistral, así que no temo el juicio de los entendidos.

Lo importante, en un discurso, no es sólo el contenido sino también la forma. Santiago Abascal lo demostró ayer. Del modo más noble posible, con el convencimiento y la seguridad que da el saber de qué se habla y con la manifestación de los sentimientos más profundos que nace de la íntima unión entre lo que se siente, se vive y se transmite.

La retórica clásica es un arte muy complejo, con reglas muy estrictas y diversos momentos -hasta cinco- en la preparación sea del orador sea del discurso. Os invito, como recomendación que suelo hacer en cada post, a informaros algo más sobre la retórica, sobre su importancia, sobre su valor y su dignidad. No es simplemente el arte de convencer a los demás, es algo más importante: lograr capturar la atención de quienes nos escuchan. A partir de ahí surgirán adhesiones o controversias, pero es precisamente ése el valor de la comunicación, el intercambio de ideas y el debate honesto.

viernes, 4 de febrero de 2011

De mendacio

Estamos tan acostumbrados a vivir rodeados de mentiras que ya casi nada nos sorprende. No nos sorprende, aunque no por ello nos deja de doler.

Sobre ella existe una amplia literatura, desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, en los que si la prensa entrara en la categoría de literatura, sería toda una antología de la mentira cotidiana. Se ha insertado de tal manera en la conciencia del hombre que ya no escandaliza, pues se ve venir la mayor parte de las veces. Gran peligro este que favorece una especie de tolerancia en la que todo vale y es mejor no denunciar o hablar para no complicar más las cosas, para llevar una vida tranquila (anodina y acrítica) y para mantener las relaciones sociales en una falsedad que acaba por relativizar cualquier intento de cambio y de mejora.

Dice el refrán que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Quintiliano afirmaba, más elegantemente en su Instituto Oratoria, que para mentir es necesario tener una buena memoria. Ahora más que nunca, añado, porque todo queda registrado: hemerotecas, videotecas, correos electrónicos, intervenciones en las redes sociales.

La honestidad es valor a la baja. Parece que al hombre actual nada le escandaliza verdaderamente. Levanta la voz contra aquello que no le gusta, que no le convence, que le molesta o que atenta contra sus principios, pero no va más allá de una indignación pasajera. Denuncia las mentiras de los demás, pero exige tolerancia y comprensión para las suyas. Denuncia también alegremente y en muchas ocasiones justamente el comportamiento falaz de los gobiernos y de las instituciones, pero se irrita cuando se le insinúan o muestran las propias mentiras. En el ámbito público parece valer todo, la mentira y la denuncia; en el privado, por el contrario, se apela enseguida a la libertad, la autonomía, la privacidad y no sé cuántas excusas más.

Todo se ve afectado por esta situación. La gente desconfía de todo y de todos y se acostumbra a una vida artificial en la que no existe posibilidad de aclarar nada porque todo está demasiado embrollado y cuantas menos complicaciones se produzcan, estiman que será mejor para todos.

Personalmente, lo peor de la mentira es que supone un ataque y en consecuencia, a la larga, una tumba para la amistad.

Cierra este post el gran Cicerón, que afirma en su obra De divinatione II, 71, 146: "En realidad a un mentiroso no le creemos ni siquiera cuando dice la verdad". Trágico destino para el mentiroso y para su víctima.




martes, 1 de febrero de 2011

Filosofía literaria española

"en realidad, el español solamente es capaz de encontrar su equilibrio,
de conservar la fluidez de su vida por la poesía,
por el conocimiento poético de las cosas
y los sucesos que le incorporan a la marcha del tiempo.
Si se hace racionalista se encierra,
pierde su fluidez y se hace absolutista;
reaccionario, enemigo de la esperanza."1




Esta frase de María Zambrano me ronda en la cabeza desde hace algunas semanas, cuando inicié la lectura de "Unamuno"2, obra que escribió probablemente en 1941 y que es cronológicamente el primer ensayo escrito acerca de D. Miguel.

Para comprender mejor lo que Zambrano comenta sobre Unamuno, dediqué algo más de un par de tardes a leer alguno de los últimos artículos que se han escrito sobre esta gran y poco conocida filósofa española. Precisamente en uno de esos artículos encontré la frase del encabezamiento y supe que el sentido de "poesía" y "conocimiento poético" en el pensamiento de Zambrano se refiere a toda la literatura, a cada uno de sus géneros, no exclusivamente a la poesía como tal.

La primera idea o relación que me surgió entonces -a veces el cerebro te juega malas pasadas- fue el célebre discurso de José Antonio Primo de Rivera en el que explicó los principios fundamentales de la Falange. De esta intervención, cuya lectura recomiendo aunque ni el autor ni gran parte de su contenido nos convenza, recordaba yo vagamente la alusión a la poesía como instrumento de transformación y que ahora cito literalmente: "A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!".

Lógicamente no pretendo unir a estos dos autores, María Zambrano y José Antonio, diametralmente opuestos en muchas cosas. No obstante, me resultaba curioso constatar esta común referencia a la literatura/poesía como elemento constitutivo del alma española, en cuanto a motor o al menos impulso del pensamiento y como parte integrante de su idiosincrasia.

Quienes sí coinciden en lo fundamental son Unamuno y Zambrano, representantes del pensamiento poético más sublime de la filosofía española3

Y esto es lo que siempre me ha apasionado de la filosofía española del siglo XX, al menos hasta que llegaron, en las últimas décadas, ciertos personajes que la fueron convirtiendo (salvo honrosas excepciones) en profesión y no en vocación. Una filosofía que se mantiene alejada, no por ignorancia sino por convencimiento, de las corrientes idealistas, excesivamente teóricas y demasiado poco antropológicas. Una filosofía encarnada y preocupada por el hombre, por el entorno en el que éste vive y por su futuro. Una filosofía, en definitiva, práctica, ética, al modo de los clásicos, desde Platón, cuya filosofía no es otra cosa sino política, hasta el estoicismo.

Pretendo pues con esta entrada en el blog animar al amable lector a dedicar un poco de su tiempo al estudio de estos grandes "clásicos" de la filosofía española contemporánea: Unamuno, Ortega, Zambrano, Marías, por citar sólo a algunos4.

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1 María Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española, en Id., Obras reunidas, Madrid: Aguilar, 1971, p. 295-296.
2 María Zambrano, Unamuno, edición e introducción de Mercedes Gómez Blesa. Barcelona: Debols!llo [Random House Mondadori], 2003.
3 Este tema lo iré tratando, como tantos otros, más adelante en este mismo blog.
4 Exclúyase, por supuesto, de este grupo de "clásicos" a José Antonio, del que basta el discurso citado (aunque merecería un detenido estudio por lo que significó en la política española del siglo XX).